03 de enero del 2021
Por un momento imaginemos que vivimos en el peor de los mundos (parafraseando irresponsablemente a Arthur Shopenhahuer, a riesgo de ser llevado a la hoguera por no pocos filósofos e intelectuales) en uno en el que vivir es como estar en medio de un mar violento, en donde no tenemos otra opción que dejarnos llevar por la marea brutal, flotando lastimeramente, aterrorizados por la gran tormenta que deja ver que somos nada frente a esa inconmensurable voluntad natural o cósmica que nos atrapa y nos lleva a donde le plazca, sin que tengamos el alcance intelectual para desentrañar esos designios.
Imaginemos también que nuestra voluntad y nuestra libertad están determinados por esa voluntad ingente que nos tiene atrapados con sus planes desconocidos, de tal manera que nuestra libertad es solo un conjunto de lastimeros braceos y pataleos desesperados para lograr una mínima dirección o un mínimo flotamiento en las mareas que pueden devorarnos en cualquier momento para perecer engullidos dolorosamente en sus entrañas.
Esas condiciones de comprensión de la libertad y de la voluntad del ser humano, de modo necesario llevarían a afirmar que los seres humanos somos víctimas del cosmos o de la naturaleza; en otras palabras, que los seres humanos somos los lastimados o los inminentemente propensos a ser lastimados por esa voluntad inconmensurable que nos arrastra y nos consume, teniendo solo unas migajas de libertad y de voluntad para sortear esta vida de oportunidades casi nulas.
En este hipotético esquema de cosas, en el que los seres humanos somos las víctimas, los lastimados o los inminentemente propensos a ser lastimados, la organización social estatal de modo normal diseñaría una estructura de normas de comportamiento adecuadas para esas circunstancias victimarias; con esto se quiere decir que naturalmente el diseño de preceptos estatales de comportamiento estaría justificado para proteger a los seres humanos, para llenarlos de facultades frente a los otros seres humanos y frente a la organización estatal en la que se desarrollarían, pues estas facultades serían las miserias de libertad y de voluntad a las que se podría aspirar en este mundo, que sería el peor de los mundos.
La naturaleza de esta estructura de preceptos estatales de comportamiento estaría necesariamente imbuida de facultades individuales y colectivas, y excepcionalmente de deberes humanos, ya que que sería incongruente señalar obligaciones y deberes a los seres humanos que son víctimas azotadas de forma inclemente por la voluntad inconmensurable que los arrastra consigo dejándoles mínimas oportunidades de elección, de libertad, de voluntad. En este sistema de preceptos estatales, la obligación sería la excepción: el libertinaje sería inconcebible en un mundo de seres humanos lastimados e inminentemente propensos a ser lastimados.
Ahora, imaginemos a otro mundo en el que el mar, lejos de engullir a los seres humanos, les permite cursar por sus olas, a grado tal que les permite manipularlo a costa de intoxicarlo, enfermarlo, y asesinarlo; asesinando de igual forma a los demás entornos naturales; en un mundo en el que los seres humanos tienen libertad y voluntad suficientes para ostentarse dueños del planeta, haciéndose victimarios del mismo y de otros seres humanos sometidos voluntariamente, por engaño o por la fuerza.
En este mundo, el ser humano seria el victimario, el que lastima, el que inminentemente lastimaría a todo lo que le rodea, inclusive a los de su misma especie y estirpe. Se trata de un mundo en el que la libertad y la voluntad del ser humano le permiten transformar su entorno a su modo y placer, además de que puede manipular a los otros seres humanos para cumplir deseos materiales hasta la banalidad, aun a costa de la vida de pocos y de muchos, daría igual.
En este sistema de vida, la organización social estatal sería congruente con estas circunstancias, pues se trataría de ordenar a lo desordenado, de sujetar a los victimarios y de proteger a los lastimados e inminentemente propensos a ser lastimados.
En este mundo que también podría ser el peor de los mundos por la libertad positiva y negativa y la voluntad, indiscriminadas de los seres humanos (siguiendo mínimamente a Isaiah Berlin), la estructura de los preceptos estatales de comportamiento se orientaría ineludiblemente a los deberes, pues su cumplimiento tendría como finalidad aspirar al orden y a la igualdad, de modo tal que la estructura de preceptos estatales estaría permeada de deberes en los que las facultades serian la excepción: el libertinaje sería la normalidad en este mundo de seres humanos victimarios, que lastiman y que inminentemente son propensos a lastimar.
¿Cuál de los dos mundos imaginados tiene más similitud con el nuestro?, si se trata del primero, entonces estaría justificada sin más, una estructura de normas de comportamiento estatal soportada por facultades humanas: derechos individuales y colectivos reclamables a la misma organización estatal y a los otros seres humanos. Los deberes humanos serian la excepción. Pero si la respuesta se encamina al segundo de los mundos, entonces estaría justificada sin más, una estructura de normas de comportamiento estatal soportada por deberes humanos; es decir, por deberes individuales y colectivos impuestos con la finalidad de aspirar al orden y a la igualdad: Las facultades humanas serian la excepción.
Estoy consciente de que este ejercicio mental simple, que no es más que un aserto cortado por la “navaja de Ockam” (pues se trata de un menos que manuscrito preparado para un desarrollo mayor posterior) puede enfurecer, indignar e incluso ser indiferente a los estudiosos y divulgadores de los derechos humanos, quienes se olvidan de las circunstancias que se viven en el mundo que habitamos, en el que las organizaciones sociales estatales permisivas llevan al libertinaje, en donde los permisos indiscriminados crean necesidades de más permisos y más reclamos, cual infante sin reglas; olvidándose de que la sustancia primaria de los deberes humanos lleva a afirmar que estos no son ni descubiertos, ni creados, sino que forman parte de la vida del ser racional; por mejor decir, para un náufrago en una isla desierta desaparecerían las facultades, pero no los deberes, como el deber de actuar para sobrevivir; los que de no acatarse causarían su muerte.
En este aspecto debo destacar que es imperativo reflexionar sobre la necesidad primaria del desarrollo y fomento de los deberes humanos, como fundamento de los derechos humanos, en otras palabras, no puede haber derechos humanos, sin previos deberes humanos; salvo que se trate de situaciones emergentes, de eventos limite, que ubiquen a los seres humanos en planos similares al peor de los mundos, en el que sea impensable generar deberes individuales y colectivos; en donde la única posibilidad estatal para proteger a las víctimas, a los lastimados o propensos a ser lastimados, sea el diseño de facultades individuales y colectivas exigibles a los otros y al mismo ente estatal, para reparar en la medida posible los daños generados y los que puedan generarse.
A manera de conclusión de estas líneas que, sin olvidar la eventualidad de la muerte, ameritarán el desarrollo posterior y prolijo de todas sus categorías, pienso que un Estado que pregona de modo irresponsable e indiscriminado a las libertades humanas (cuyo historia se centra en los intereses individualistas del capital), sin impregnar de modo primario y medular a los deberes humanos, apoyándose en la ética, en la moral, en la axiología, en la deontología e inclusive en la religión responsable no ideologizada, antes de avanzar en el orden jurídico; está condenado al desorden individual y colectivo, a la fragmentación, a la distorsión, a la desobediencia atávica, a la inconformidad masiva, al reclamo de más libertades, a la proliferación de victimarios; para ser más claro, al reclamo cínico y exponencial de más libertinaje dentro del libertinaje.
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Erik Garay Bravo
Candidato a Doctor en Derecho Judicial
Maestro en Justicia Constitucional
Maestro en Derecho Procesal Penal
Especialista en Derecho Penal
Especialista en Derecho Procesal
Diplomado en Juicios orales
Catedrático y Abogado
ka.ray@hotmail.com