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Cogito Ergo Sum

 

Lo que el segundo debate nos dejó

DOBLE FILO

Cogito Ergo Sum


Por: Héctor Castañeda






Lo que el segundo debate nos dejó

Exactamente una semana se cumple del segundo “debate” presidencial. Qué difícil es, aún con siete días de diferencia, evocar esa noche.

Tan "relevante" fue el debate que todavía hoy domingo 27 de mayo sigue el hashtag #DebateINE como Trending Topic en Twitter.

Vaya espectáculo lastimero de improperios, sin sentidos, propuestas inviables, promesas, ocurrencias, descalificaciones, ideas sin pies ni cabeza, malos chistes, proyectos de país vagos, imprecisos e irreales, consignas harto repetidas, mentiras, soluciones mágicas, evasión de preguntas, acusaciones, insultos y pésimas rimas tuvieron que soportar los espectadores durante dos horas.

Si tuviera que resumirse el tercer debate sería con tres palabras: espectáculo de estupidez. Nada menos que una muestra más de lo tortuoso que han sido estos meses de campaña.

José Antonio Meade se mostró más holgado en el debate, con un mejor dominio del espacio que el formato Town Hall Meeting permitió a los aspirantes, por vez primera, someterse directamente a las preguntas del público. Hasta ahí se puede decir algo positivo del abanderado priísta. Fue el candidato que más evadió los temas que le cuestionaban y que no dio propuestas ni respuestas. En su lugar, repartió su tiempo (y el nuestro, vale decir) a atacar a Ricardo Anaya y López Obrador. Entendible si consideramos que es canon atacar a los lugares más altos, pero una pérdida de tiempo y recursos imperdonable. Falta poco más de un mes para las elecciones, claramente el horno no está para bollos.

Cuando no evadía temas, defendía lo indefendible. Completamente insultante el defender, casi dos años después, la invitación que hizo el presidente Peña Nieto a Donald Trump cuando este aún era candidato. Si bien se le puede dar la razón en que en ese momento no sabían que el pueblo estadounidense sería lo bastante estúpido para dejarse seducir por las propuestas populistas del ahora presidente derechista, la mera invitación aumentó la terrible percepción de que somos el tapete de Estados Unidos. La invitación no rindió frutos, Donald Trump sigue siendo Donald Trump y lo único que cambió fue que el gobierno de Peña Nieto quedó con aún percepción de la que de por sí ya tenía.

De Ricardo Anaya, si en la columna pasada había reconocido que fue de lo “menos peor” en el primer debate, reconociendo su preparación previa y que lo único criticable es que debió proponer más y atacar menos a AMLO, ahora considero que su desempeño empeoró notablemente. Aún tiene potencial, preparación y conocimientos, aún es un candidato competente (de presidente lo dudo como lo dudo de los otros tres), pero sigue sin saber cómo conectar con el público. Esto es México, y tristemente queremos soluciones fáciles en lugar de gráficas y respuestas complejas que tardan un minuto y medio en responder un simple “sí” o “no”. Más aún, su actitud de bravuconería no solo se le regresó (por ejemplo, la pantomima de López Obrador con la cartera), sino que empobreció el debate que alcanzó su punto más bajo con el siguiente candidato.

López Obrador fue casi lo peor del debate. En la anterior columna había admitido que un punto positivo de su participación fue no responder a provocaciones. En este debate, esa serenidad se desmoronó. Entre él y Anaya se cruzaron acusaciones, insultos, descalificativos. La actitud de ambos personajes pertenecía más a los pasillos de una central de abastos que a alguien que aspira a la residencia oficial de Los Pinos. Bueno, esta vez sí abrió la boca el tabasqueño, ¿mejoró su debate? Para nada. No sé qué álbum se puso a llenar con estampitas esta vez, pero nuevamente no se le vio preparación. ¿Cómo es posible que alguien que lleva 12 años ininterrumpidos de autopromoción se para en un foro sin aparentar saber qué demonios hace ahí? Más aún, ¿Cómo puede ser posible en cualquier civilización humana que se le aplauda a alguien por el simple hecho de contestar una pregunta con un Ricky Riquín Canallín? Esa frase, que le tomó casi el minuto que disponía hilar, fue el punto más bajo del debate. Es ilógico, es irreal, que esa sea la persona que muchos consideran como la mejor opción. Preocupa de sobremanera que con toda la confianza se atreva a decir que la mejor política exterior es la interior, demostrando no reconocer que hay un mundo allá afuera, que ese mundo allá afuera, de hecho, fue el tema central del segundo debate. Igual de irreal que ahora una cantante sea toda una patriota por demostrar su apoyo a él, aunque lo haya posteado simultáneamente en todas sus redes sociales y que hace dos años apoyaba por un tuit pagado al PVEM. El ya conocido doble rasero con el que mide la militancia de aquel señor.

El Bronco es una pérdida de tiempo. Es un mal chiste, un bufón que en lugar de hacerme reír con sus ocurrencias, me deprime. Hay gente que votó por él y un sistema que lo impuso pese a sus firmas apócrifas. De por sí los contendientes no son dignos como para tenerlo a él diciendo barbaridad y media.

En la columna pasada admití que a mi perspectiva y análisis, Anaya había ganado mediocremente y de panzazo. En el segundo debate, no ganó nadie. Perdimos nosotros.

Como siempre.

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