En lo personal, una de mis sagas de la literatura contemporánea favoritas es “Canción de Hielo y Fuego”, escrita por el estadounidense George R. R. Martin. Para aquellos a los que este nombre les suene familiar, probablemente identificarán su adaptación televisiva, llama “Game of Thrones”, o Juego de Tronos.
No entraré en detalles con respecto a esta saga literaria, pero sí mencionaré que una de las cosas que enseñan los libros es que hasta la persona más desequilibrada tiene un plan en el juego político.
Y da la impresión de que cada vez hay más desquiciados gobernando el mundo.
Tomemos por ejemplo a una persona cuya carrera política se ha enfocado en crearse más enemigos y en separar a su gente más de lo que los une. Donald Trump pasó de ser una celebridad de televisión y magnate inmobiliario a ser una persona sumamente odiada, no sólo por sus gobernados, sino por también gente de otros países, particularmente México, a partir de sus incendiarias declaraciones (ya en alguna ocasión iré más a fondo con ello) y sus tendencias racistas. No en vano ha sido el único candidato presidencial en Estados Unidos en ser apoyado abierta y oficialmente por el periódico del Ku Kux Klan “The Crusader”.
La clase de persona que, hace unos días, despotricó en contra de jugadores de la NFL por hincar una rodilla en tierra cuando suena el himno nacional como protesta de la brutalidad policial contra la raza negra. “Saquen a ese hijo de p***a del campo”, dijo en un acto público en Alabama. La cabeza del país más poderoso del mundo, pero también el que tiene los problemas más llamativos. El 25% de los estadounidenses piensan que el sol gira alrededor de la Tierra, por ejemplo. Según una encuesta del Marist College Institute for Public Opinion, el 23% de los estadounidenses no saben de qué país se independizaron, nombrando a Francia, Alemania y hasta México.
Así es, querido lector, hay un porcentaje alto de norteamericanos que piensan que antes nos pertenecían a nosotros. Y de alguna forma es cierto, con el matiz de que en el sentido laxo de la palabra no se independizaron de nosotros.
Por el otro lado tenemos a Kim Jong-Un, líder supremo de Corea del Norte, hijo del antiguo “amado líder”, Kim Jong-Il y nieto de Kim Il-Sung. Cabeza del mismo gobierno que le dice a sus habitantes que son el segundo país más feliz del mundo (sólo después de China, y el más infeliz es Estados Unidos), que le enseña a sus niñas que es imposible quedar embarazada antes del matrimonio, que en ese país se creó a Mickey Mouse y la Coca-Cola, que el primer líder, Kim Il-Sung escribió más de 1,500 libros y que era el mejor jugador del mundo, que Kim Jong-Il había inventado la hamburguesa en 2009 y con ello había cambiado al mundo.
A finales de abril de este año, Trump dijo que existía la posibilidad de “un gran, gran conflicto con Corea del Norte”, pero también aclaró que iban a seguir buscando la vía diplomática, al igual como habían hecho incompletamente con Irán. Sin embargo, Kim siguió haciendo pruebas nucleares y enviando misiles balísticos, principalmente a Corea del Sur y Japón, dos grandes aliados de Estados Unidos. En aquel momento, la exigua paciencia de Trump se había esfumado y había amenazado con “fuego y furia en un grado que el mundo nunca ha visto”, cosa que alarmó a más de uno.
La Guerra Fría fue Guerra Fría porque las potencias en pugna en ese momento (Estados Unidos y la Unión Soviética) sabían que si combatían frontalmente con los juguetes grandes, muy poco planeta tierra iba a quedar. Hoy parece que ni Estados Unidos ni Corea del Norte son conscientes de que están llevando a la humanidad cada vez más cerca de la medianoche en el “Reloj del Fin del Mundo”.
Los conflictos han escalado al punto de casi entrar en combate ambos países en el territorio estadounidense de Guam, en el océano pacífico.
Y ahora, el pasado 19 de septiembre, mientras México temblaba ante la naturaleza, el resto del mundo temblaba ante la amenaza más grande de Trump. Ahí, parado ante las Naciones Unidas, el mandatario dijo que de ser posible destruiría todo Corea del Norte. Semejante afirmación pone en terrible riesgo a sus aliados. Corea del Norte es un país más pobre del que quisieran aceptar muchos, pero aún tiene misiles. Y el ancestral enfrentamiento temido entre países con bombas nucleares y de hidrógeno terminarían volando un hemisferio. Como mínimo.
Y ambos países tienen a locos al mando. De hecho, se cree que lo que está haciendo Trump es usar la “Teoría del loco”. Esta es simplemente ser lo más impredecible posible, una persona errática y chiflada, dispuesta a ir al combate, como medio para disuadir a Corea del Norte a actuar contra Estados Unidos. Piénsenlo como un haka polinesio: Proferir gritos, sacar la lengua, hacer movimientos de amenaza para asustar al rival. Una herramienta demasiado simplista en política internacional, pero tomemos en cuenta que Trump es conocido por su impulsividad.
Y tenemos a otra persona que le gusta dar la imagen de un loco. Justo el viernes, Trump había dicho que Kim Jong-Un es un “loco que no le importa matar a su propio pueblo”. Y sí lo está matando, de hambre o por fusilamiento. Pero también eso es estratégico. Algunas personas tienen la creencia de que el líder norcoreano actúa como si padeciera de sus facultades mentales porque eso le daría un status de vulnerabilidad ante el escenario internacional. Corea del Norte es pobre. Notablemente más pobre que su contraparte sureña, y depende de la ayuda internacional, particularmente china. Si para seguir teniendo ayuda y evitar bloqueos comerciales de absolutamente todo el mundo es necesario proyectar la imagen del “loco desprotegido”, Corea seguirá teniendo sus escasas manos que le darán de comer. No estoy en una posición para decir si ello es cierto o no, pero es una teoría interesante.
De cualquier manera, los riesgos están. Imagínense qué tan en alerta está todo el mundo cuando China, que, reitero, es el principal aliado de Norcorea, exija que el país “vuelva al camino del diálogo” y Rusia le diga que el seguir sus pruebas militares “puede tener serias consecuencias para Corea del Norte”.
Es un mundo de locos. Ellos están al mando, y da la sensación de que en ese juego los únicos que perdemos somos nosotros.