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Cogito Ergo Sum

Al final, nada cambia, sólo empeora, mientras la partidocracia sigue pintando de colores territorios como si de pandillas se tratase.

DOBLE FILO

Cogito Ergo Sum


Por: Héctor Castañeda







Los políticos empacaron sus sonrisas falsas y ya dejaron de fingir que les importamos y que nos soportan.

Ya hace más de un mes terminaron las campañas electorales. Los políticos empacaron sus sonrisas falsas y ya dejaron de fingir que les importamos y que nos soportan.

Bueno, algunos.
Unos disfrazan su hueso en el senado con “marchas de la esperanza”, otros, sin llenadera y ya engolosinados quieren ser presidente de la república y otros simplemente desaparecieron… por ahora.

¿Y dónde termina toda la basura que fuimos obligados a ver durante dos meses? Las plumas ya se “chorrearon”, las gorras se despintaron, las playeras se convirtieron en trapos, y las lonas se venden en la central de abasto para proteger la ropa de la lluvia.

Lo sé por esto:



Juro por lo que sea necesario jurar que no sabía qué tenía la lona. Las venden dobladas. Pero ahí termina propaganda espuria como la de Virtud Ciudadana (¿hay simpatizantes de ese partido, siquiera?). De algo tiene que servir. Aunque mi ropa huele como a basura desde que tiene el rostro gigante de Delfina Gómez encima de ella. Siendo justos, teniendo la cara de cualquier político igual olería mal.

Siempre me ha parecido interesante el ciclo de vida de la propaganda electoral.
Nos sirve como recordatorio que al final eso son sus promesas: basura.
Que sus mentiras solo sirven “por mientras” a la gente. Que sólo son números, pues el 40% de la identificación visual de un candidato proviene de lonas como esa. De ahí que inunden con su “photoshopeado” rostro todo cuanto la ley les permita inundar ad nauseam. De ahí que, por ejemplo, Alfredo del Mazo haya sido el que más haya gastado en propaganda.

Y por supuesto, la basura que generan los descomunales rostros de los políticos en gallardetes y espectaculares que, con tener rotulado el triángulo del reciclaje, creen que cumplen un cometido.

En las campañas electorales de 2012, la propaganda plástica costó al menos 8.5 millones de pesos (mdp), según datos de la Asociación Nacional de Industrias del Plástico (Anipac). Y al hacerlo biodegradable, sólo provocaron que, al desintegrarse a cielo abierto, se transforme en partículas de dióxido de carbono (CO2), uno de los gases de efecto invernadero. Así que de ecológico no tiene nada.

Al final, nada cambia, sólo empeora, mientras la partidocracia sigue pintando de colores territorios como si de pandillas se tratase. Ese es el único beneficio que tenemos de ellos: lonas para proteger ropa. Así las cosas en este país.

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