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Loaeza y el discurso de las apariencias

A la manera de los personajes de Luis Spota, una nueva tendencia “informativa” prevalece para criticar los cambios en la narrativa del gobierno federal y los atuendos más bien sencillos de los políticos en turno, en la federación

PLUMAS

Por: Patricia Vega Villavicencio






Loaeza y el discurso de las apariencias



A la manera de los personajes de Luis Spota, una nueva tendencia “informativa” prevalece para criticar los cambios en la narrativa del gobierno federal y los atuendos más bien sencillos de los políticos en turno, en la federación.

Luis Spota, en su libro Casi el paraíso, retrata la debilidad de la sociedad mexicana por las apariencias y los títulos porque denotan “poder”. El poder de “ser”, de tener un antecedente “respetable” por derecho de antigüedad. Determinar quién es merecedor de ese reconocimiento honorable, no siempre es la comprobación de ese “ser”, ni siquiera de su trayectoria, menos de su calidad humana.

Lo es, apenas, la simplista apreciación de la apariencia, el aspecto físico y el control de ciertas reglas, más que de urbanidad, llamémosles “de etiqueta” y de retórica plúmbea.

A partir de la vida de un italiano, hijo de una sexoservidora, Spota ironiza el cínico engaño que se puede aplicar a una sociedad que no pregunta, no comprueba y con una arraigada creencia de que una persona es distinguida y confiable, por su aspecto, por su manera de hablar y por la cantidad de admiradores que acumula.

Esta lectura la podemos comprobar de forma permanente en las columnas de Guadalupe Loaeza, quien persigue las expresiones populares y la vestimenta del presidente de México, con tal obsesión, cual perro a una pelota o cual adicto al objeto de su vicio. Aunque la también escritora intenta matizar sus críticas con la idea de que no hay acciones en beneficio del país, no aterriza en ejemplos concretos, sino que se mantiene en la fiera lucha por el aspecto y el discurso popular del funcionario.

Como perro que muerde su propia cola, en su columna del 17 de agosto de 2021, creó una ficción para ironizar las expresiones coloquiales de Andrés Manuel, pero previamente elogia la creatividad y el ingenio mexicano para crear frases del léxico popular, enalteciendo a su hermano Enrique, quien “las conocía todas” y al libro de Bruno Newman, Las de endenantes. ¿Fue una paradoja sin querer o en el fondo Loaeza aplica psicología inversa?

Lo anterior me permite comprobar que la escritora es semejante a una de sus personajes de Las reinas de Polanco o de Las niñas bien. Quien desee comprender mejor la personalidad de la sociedad elitista, movida por las apariencias y más contenta por un discurso retórico, aunque sea falso, podría recurrir curiosa e irónicamente a estos libros de la escritora mexicana.

Dijo Alexis de Tocqueville, “Es más fácil para el mundo aceptar una simple mentira que una verdad completa”. Es más fácil para Guadalupe Loaeza creer que por una facha y una frase dicharachera no se puede ser buen gobernante, que pensar en la inútil retórica de generaciones y generaciones de políticos bien vestidos, bien hablados, pero delincuentes de cuello blanco.

Este esquema se repite con los youtubers, tik tokeros y demás personas que están influyendo en la conducta y la vida de las masas, generando sociedades llenas de frivolidad. Por ello, se les ha nombrado con el anglicismo “influencer”.

En medio de la sociedad de la información, las masas continúan siendo engañadas porque aquellos que poseen la información y los medios para comunicarla tienen lo que solían tener los reyes: un poder ilimitado.

Los condes, marqueses, reyes, príncipes, quizá ya no tienen cabida en la sociedad mexicana, pero ahora los dueños de la manipulación no sólo siguen existiendo, sino que se han incrementado con la democratización de la tecnología informativa.

Hoy, la pose, la futilidad y la apariencia continúan siendo las principales armas de la manipulación, como lo fueron en épocas de antaño, aun cuando cada persona con acceso a internet cuenta con un poder potencial que prefiere usar, no para desarrollar su autarquía, sino sólo para entretenerse, para conectarse en la matrix.

Ojalá recuerde la escritora Loaeza que, sin contenido, las palabras más finas son vacías o pueden revelar la más tremenda crueldad o tiranía, como cuando en francés dio muestras de su elitismo e indiferencia humanitaria, y en el mismo idioma le encararon su nefasta ignorancia, después del movimiento del 68, pero esa es otra de sus historias.

No es que defienda a Andrés Manuel y que sus frases coloquiales sean mejores que la retórica política al más puro estilo priista, sólo me interesa dejar asentado que hay una clase al borde del colapso existencial, tan sólo porque su presidente no es un príncipe Ugo Conti, con modales y etiqueta, meros figurines para otra buena novela contemporánea del maestro Luis Spota.

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