No es lo de menos decir “feminazi”. Es lo de más. Si nuestra sociedad fundamenta su raciocinio en la palabra, entonces no es lo de menos, como estúpidamente mencionó una persona que se dijo “no representada” por las mujeres anarcas que destrozaron inmuebles en diferentes puntos de la república mexicana, el pasado 8 de marzo.
Al ver su comentario en uno de los tantos chats políticos de Whatsapp, pensé que esa persona era afortunada porque las chicas de la protesta representan a quienes han perdido hijas, sobrinas, esposas, amigas, alumnas, madres, a manos de la violencia feminicida. Simbolizan la indignación de Lucía Delgado, de 35 años, asesinada en su domicilio avecindado con la casa del periodista Alejandro Páez Varela y la de más de 900 mujeres, tan sólo en 2020, que no lograron sobrevivir a las atrocidades feminicidas.
“Pienso, luego existo”, descubrió Descartes. Y los pensamientos son imágenes y las imágenes se traducen en palabras que nos permiten estructurar el pensamiento que creamos y luego convertimos en realidad. De manera que si los términos verbales que usamos son imprecisos, ofrecemos un caos mental; si creamos vocablos ofensivos y desapegados de la realidad, generamos confusión y violencia, como ocurre con el insulto “feminazi”.
¿De dónde surge la palabra? De algún locutor que tuvo la ocurrencia y las audiencias lo replicaron y ampliaron la estigmatización de un movimiento legítimo, aquel que demanda frenar los feminicidios, respetar los derechos de las mujeres y las niñas y cambiar radicalmente un sistema opresor de las minorías, de la otredad, de lo considerado como distinto al status quo, al poder.
El pasado 8 de marzo, además de las plazas públicas de México y América Latina, las redes sociales se cubrieron con la indignación por los feminicidios, pero sobre todo por la impunidad permitida por el sistema patriarcal a quien no le han interesado las vidas de cientos mujeres.
Al mismo tiempo hubo también otra indignación sosa que, lejos de escuchar, lanzó reclamos en defensa de los fríos monumentos. La finitud humana contra la permanencia de lo inanimado. Y en esta indignación por la “insolencia y la violencia” de las mujeres contra muros, monumentos e incluso contra las cámaras dirigidas por hombres, se creó una segunda violencia contra la otredad.
Primero fueron violentadas por los feminicidas, el pasado lunes 8 fueron violentadas por animarse a intentar derrocar un sistema que les debe cientos de años de opresión.
Las llamaron “feminazis”, “pinches viejas locas”, “ignorantes”, reafirmando que la sociedad no perdona que las mujeres salgan de los roles preestablecidos y resumidos por Lagarde como “madre esposas, putas y locas”. Pero no, las chicas valientes de este 18 de marzo, no eran nazis, su trinchera no es aspirar a una raza aria, su furia no nace del fanatismo infundado, sino que su causa son cientos de años de opresión y muerte; son, más bien, indignadas, anarquistas, radicales, sí, eso no es ofensa porque están trabajando por un cambio de raíz, pero no veo ni siquiera ápice de comparación con los nazis.
Me preguntó un compañero periodista, a quien respeto por su bandera de izquierda y su lucha desinteresada por informar “¿qué harías si te amenzaran con un martillo?” Respondí: “si yo fuera hombre y me amenzara una mujer en pie de lucha, le regalaría una rosa, a la manera del país de las mujeres de Gioconda Belli, y le diría entiendo tu ira”.
Otra persona de nombre Eduardo, en la misma red whatsapera, fue la única que se atrevió a contradecir a quienes objetaron el tipo de manifestaciones ocurridas en prácticamente toda la república. Ante la cuestión de alguien: “¿saben si en Guanajuato hay ‘feminazis’?”, Eduardo como en oasis pidió respetuosamente que no se les insultara a las mujeres y dijo también una linda expresión: “deja de quejarte, a los hombres nos corresponde ahora callar y escuchar”. Sí, dije para mis adentros: escuchemos todas y todos las voces apagadas por la violencia y comprendamos…