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Cogito Ergo Sum

 

Sobre el debate de AMLO con Milenio

DOBLE FILO

Cogito Ergo Sum


Por: Héctor Castañeda






Sobre el debate de AMLO con Milenio

Ignoro si Milenio tiene la intención de organizar otro debate así de intenso con Ricardo Anaya y José Antonio Meade. En tal caso, ambos candidatos tendrían la obligación de presentar un discurso coherente e inteligente con frases nuevas que no nos sepamos ya de memoria. Como mínimo, contestar las preguntas que les hacen los entrevistadores, a diferencia de López Obrador.

Pese a que reconozco la calma constante con la que el candidato de Morena se enfrentó a los incisivos cuestionamientos de sus entrevistadores, y más aún, que se mantuvo estoico frente a las bravuconadas del moderador Carlos Marín (de quien honestamente no me sorprende, así de directo y visceral es el periodista, basta recordar cómo le dijo a Peña Nieto en su cara que no se sentía representado por él cuando invitó al entonces candidato Donald Trump al país), también noté bastante autoritarismo por parte del entrevistado, principalmente al extenderse en sus propias respuestas que, no obstante, no eran para aportar ninguna idea nueva a la respuesta, sino redundar en la misma o incluso llegar a decir en qué momento el entrevistador debía hacer preguntas, detonante, por supuesto, de comentarios como el de Carlos Marín de “no sabía que este era tu programa”.

En cuanto al contenido, me queda claro que prefiero que López Obrador haga respuestas vagas de “lo vamos a consultar con el pueblo”. Prefiero eso porque cuando da respuestas concretas, son escalofriantemente totalitarias. Rescato un par de intervenciones en este punto.

Un ejemplo es su aproximación respecto a la reforma energética, citando que en Guatemala la gasolina es más barata que en México, luego entonces, no hay resultados, para él, de la llamada reforma energética. Si a comparaciones vamos, Venezuela tiene una gasolina aún mucho más barata, y tiene en este momento una hiperinflación de más de 6000%, cifra que definitivamente va a aumentar. Apostarle a combustibles fósiles como si fueran el águila devorando a la serpiente, como si fuera nuestro santo grial en un mundo con urgencia de crear energías alternas (ante la destrucción de nuestro planeta) no sólo peca de inocente, sino de caprichoso. En este mismo tenor, al mencionar a analistas económicos en Washington que le pidieron que aceptara que la reforma es buena a mediano largo plazo para México, y ante el propio comentario de López Obrador de que discrepó porque tenía “otros datos”, yo me pregunto ¿cuáles datos? ¿de qué fuentes? ¿cómo resulta ahora saber más de economía Andrés Manuel López Obrador que analistas económicos que literalmente se dedican a eso?

Otro ejemplo es el comentario de que los medios de comunicación iban a tratar los temas de las reformas estructurales, dicho como un hecho, como algo que va a ocurrir. Ante el comentario de que los medios de comunicación no están ni tienen que estar sujetos al ejecutivo y que van “a tratar lo que quieran tratar”, la respuesta de López Obrador, textualmente fue “va a ser otro el ambiente”. ¿Qué ambiente? ¿Cómo ese otro ambiente va a dictarle a los medios los temas que tienen que tratar? ¿Él va a dictar el ambiente?

Más grave me parece su aseveración de “el pueblo tiene un instinto certero. El pueblo es sabio”. El pueblo no es sabio. La masa, enervada de rencor por los malos gobiernos terminan eligiendo peores. No lo digo yo, lo dicen siglos de Historia. Lo dice Hitler en 1933, Trump en 2016, Hugo Chávez en 1998, Peña Nieto en 2012. La gente se equivoca. Y se equivoca peor cuando hay alguien dedicado a separarlas y a señalar malos y culpables como si la existencia fuera blanca o negra. De repente, todos sus críticos parecieran estar afiliados al grupo de “los malos”. Es un patrón que se repite. El instinto certero del pueblo, en la última gran coyuntura del país que fue la revolución, ocasionó que la revolución se descompusiera en facciones que terminaron matándose entre sí por más de una década. El instinto certero de ese pueblo revolucionario dio a luz al partido político que conocemos como PRI. El instinto certero del pueblo es una falacia del hombre de paja.

Sin dudas, la cereza del pastel es que haya tenido el atrevimiento de López Obrador en asumirse al frente de lo que él llama “la cuarta transformación más importante de la historia de México”, poniéndose, desde ya, en la misma palestra que Hidalgo, Juárez y Madero. Como historiador comparto el rostro de franco horror que experimentaron Jesús Silva-Herzog y Carlos Puig en ese instante. Creo que, en este punto, y para una mente con una capacidad de análisis más o menos decente, sobran las palabras. Lo peor que se podría decir con declaraciones de ese tamaño es megalomanía. Lo mejor, depende de cada quien.

De este ejercicio cada quien puede sacar sus conclusiones, tal es el efecto polarizador de AMLO. Para sus seguidores, el claro ejemplo de un hombre aterrizado y sereno ante una “horda” de “chayoteros” (por lo que vi en algunos comentarios). Para sus detractores, un penoso ejercicio de cantinfleo de un déspota. En lo personal no me ubicaría en uno y otro extremo, pues celebro que López Obrador haya aceptado la invitación de Milenio y conocer más de ese discurso suyo, a pesar de haber leído ya dos libros de él, leer el Proyecto Alternativo de Nación, el llamado Proyecto 18, ver sus discursos y un largo etcétera.

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