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Epifanio: 50 años desaparecido

Proyecto A dónde van los desaparecidos/Quinto Elemento Lab

DESTACADAS

Epifanio: 50 años desaparecido




Por Thelma Gómez Durán
Este reportaje forma parte del Proyecto A dónde van los desaparecidos/Quinto Elemento Lab.

El 19 de mayo de 1969 fue detenido y trasladado al cuartel militar de Ciudad Altamirano, en Guerrero. Desde entonces, su esposa lo busca y no permite que su nombre se olvide. La historia de Epifanio Avilés Rojas muestra que desde hace 50 años se comenzó a tejer el manto de impunidad que ha hecho de México una nación de desaparecidos.





El escudo nacional corona este documento donde resaltan tres palabras escritas en letras mayúsculas y con tinta roja: EPIFANIO AVILÉS ROJAS. Hay decenas de hojas en donde se escribió su nombre, pero ésta que el tiempo pintó de sepia cuenta parte de su historia. Nació el 27 de abril de 1933 y sus padres fueron los campesinos Catalina Rojas y Román Avilés. Este documento también certifica que Epifanio no es un personaje de ficción que desaparece al dar vuelta a la página. Aún así, lo desaparecieron.

El 19 de mayo de 1969 soldados, al mando del mayor de infantería Antonio López Rivera, lo detuvieron en el poblado de Las Cruces, en Guerrero, y lo trasladaron al cuartel militar de Ciudad Altamirano. Al día siguiente lo subieron a una avioneta. Desde entonces no se sabe nada más de él. Tenía 36 años.

Desde ese mayo de 1969, Braulia Jaimes comenzó a buscar a su esposo y el padre de sus tres hijos. Preguntó por él en oficinas de militares y policías, también en cárceles. Exigió que le dijeran dónde estaba. Denunció su desaparición en los periódicos. Medio siglo después, Braulia —88 años— tiene el mismo reclamo: que el Estado mexicano le diga dónde está Epifanio.

Su nombre encabeza las listas de detenidos-desaparecidos por el Estado que durante décadas han nombrado madres, esposas e hijos y que siguen recordando sus nietos. Mil 200 sólo en la década de los años 70.

En México, el Estado lleva 50 años desapareciendo personas.

Traer al presente la historia de los desaparecidos de hace décadas, como la de Epifanio, no sólo es un acto de memoria y justicia. En las desapariciones de esos años —señala el historiador Camilo Vicente Ovalle— está parte de la explicación de lo que se vive ahora en México, un país en donde, en los últimos 12 años, al menos 40 mil personas fueron desaparecidas.

 


Nacer en Guerrero

La historia de Epifanio comenzó entre cerros, en Rincón Chámacua, ranchería en donde las visitas de un médico eran esporádicas y las mujeres aprendían a parir en sus casas. Así era entonces. Así sigue siendo hoy en varias comunidades de Guerrero, estado en donde 64.4% de su población vive en situación de pobreza.

El 27 de abril de 1933, Catalina y Román recibieron a su segundo hijo, lo llamaron Epifanio; al primero lo nombraron Alberto y al tercero, Miguel.

Los hermanos Avilés Rojas eran aún niños cuando murió Catalina; un par de años después, Román falleció. La abuela asumió el cuidado de sus nietos hasta su muerte, a mediados de la década de los 40. Entonces, Epifanio tenía 14 años.

Braulia es la hija mayor de la familia Jaimes. Ella nació en Chámacua de Michelena; sólo un río la separaba de la ranchería donde vivía Epifanio. Ahora, lejos de esas tierras guerrerenses, en la Ciudad de México, Braulia muestra que los años no han hecho mella en sus recuerdos:

—Cuando terminé la primaria en Chámacua de Michelena me fui a Chilpancingo y estuve tomando cursos para ser maestra. Cuando regresé, conocí a Epifanio en los bailes. Ahí nos veíamos. Él me robó. Bueno, yo me fui con él, porque en mi casa no lo querían. Luego lo quisieron y nos casamos… Sus amigos lo conocían como El Toro Barroso, él mismo pidió que lo llamaran así, porque el toro es un animal bravo, bonito.

Epifanio y Braulia comenzaron su historia juntos en 1952. Se rebelaron contra la tradición de tener hijos de inmediato. Un tiempo vivían en Chámacua de Michelena, donde sembraban maíz y ajonjolí. Otros días se instalaban en Acapulco, donde él trabajó como policía en 1954. Epifanio fue cabo y sargento patrullero en Acapulco y en Iguala. En Ciudad Altamirano, fue jefe del grupo de la policía judicial. También vivió en Puebla, donde trabajó como inspector de salubridad.

A mediados de la década de los 60, la pareja migró a la Ciudad de México. Para entones ya eran padres de Nereida, Blanca y Jaime. Vivieron en Contreras, zona que entonces era más rural que urbana; ahí estuvieron a cargo de una granja.

En 1967 se instaló con ellos Florentino, hermano menor de Braulia, ingeniero egresado del Instituto Politécnico Nacional, profesor en la secundaria número cuatro y miembro activo de la Asociación Cívica Nacional Revolucionaria (ACNR), una de las varias organizaciones guerrilleras que surgieron en el país en aquellos años y cuyo líder fue el profesor Genaro Vázquez Rojas, originario de San Luis Acatlán, Guerrero.

En su libro México armado 1943-1981, la periodista Laura Castellanos documenta que a partir de la década de los 60 se crearon poco más de 30 organizaciones que decidieron tomar las armas para enfrentar a un Estado que protegía caciques, que mataba a los adversarios políticos y a líderes sociales, como a Rubén Jaramillo, y reprimía movimientos sociales como el de los médicos, los ferrocarrileros y el de la Universidad de Guerrero.

Justo fue Guerrero en donde la presencia de la guerrilla tuvo un peso importante: gran parte de los miembros de la ACNR eran de esa entidad; además, en 1967 el profesor Lucio Cabañas creó en la Sierra de Atoyac el Partido de los Pobres.

 
 


Unirse a la guerrilla

Florentino Jaimes tiene una memoria prodigiosa. Es un hombre de complexión gruesa y no muy alto. Habla lento y sin dejar de mirar a quien lo escucha. La primera de las varias entrevistas que tenemos se da en 2013. Ese día lleva guayabera blanca y ganas de contar la historia de Epifanio y también su propia historia. Porque Florentino y Epifanio pudieron haber tenido el mismo destino. Pero no fue así.

Ellos fueron amigos antes de ser cuñados. Se conocieron cuando Florentino estudiaba la secundaria. Epifanio no terminó la primaria.

—Nos juntábamos con Juan Antúnez Galarza para ir a la cacería de la paloma para el almuerzo —recuerda Florentino, quien dejó a sus amigos de la adolescencia cuando se fue de Guerrero para estudiar en la Ciudad de México.

A finales de la década de los 50, Florentino asistía a la Vocacional No. 2 y vivía en la Casa del Estudiante Guerrerense.

—Había una efervescencia estudiantil, un ambiente que propiciaba la discusión política. Hablábamos de lo que pasaba en Guerrero, de la represión que se vivía en el estado. En la Casa del Estudiante Guerrerense, Florentino comenzó su amistad con Genaro Vázquez. En abril de 1968, decidió unirse a la ACNR.

—¿Epifanio conoció a Genaro Vázquez? —pregunto a Braulia.

—A mí no me dijo nada. Él no me dijo que estaba militando con él. Yo oía que comentaban, que se iban a hacer ejercicio. ¿Conocerlo? Creo que no lo conoció, pero sí andaba formando parte de la guerrilla. Mi hermano lo invitó.

En 1968 el Estado mexicano presumió al mundo que podía organizar los juegos olímpicos. En la Plaza de Tlatelolco demostró que podía matar estudiantes. Ese año Epifanio se unió a la ACNR.

Mucho antes, Epifanio ya había dado muestras de su interés por la organización social y política. Cuando construían un canal de riego en Chámacua de Michelena, Epifanio y Florentino organizaron a los trabajadores de la obra para la defensa de sus derechos laborales; impulsaron la formación del Sindicato de Trabajadores del Encauzamiento de las Aguas del Río Amuco. Todas las tardes, Epifanio se reunía con ellos para, entre otras cosas, enseñarlos a escribir y a leer.

—Por eso, porque alfabetizaba, le decían profesor —asegura Braulia.

—Él se interesó mucho en la situación social; en la represión que se vivía en Guerrero, en el país. Tenía una conciencia social mil veces mayor que cualquier persona que estuviera en la universidad —recuerda Florentino.

Unos días después del 2 de octubre de 1968, Florentino, Epifanio y Juan Antúnez comenzaron a planear “la acción” o “expropiación”, como se les llamó a los asaltos que miembros de las organizaciones guerrilleras realizaban para financiar su movimiento.


 
 


A la par de que se formaban organizaciones guerrilleras en Chihuahua, Guerrero, Sinaloa, Nuevo León, Oaxaca o en la Ciudad de México, el Estado mexicano creó instituciones para poner en marcha sus estrategias de contrainsurgencia. Una de ellas fue la Dirección Federal de Seguridad (DFS), que durante décadas funcionó como la policía política y cuyos elementos se especializaron en desaparecer personas.

“El primer documento oficial que menciona a la DFS es de marzo de 1947 y en él se confirma que dependía directamente de la presidencia de la República”, escribió Sergio Aguayo en su libro La charola. Una historia de los servicios de inteligencia en México.

En su investigación, Aguayo explica que la DFS se creó con policías de diferentes corporaciones, pero en abril de 1947 se incorporaron “diez de los mejores oficiales egresados del Heroico Colegio Militar”, entre ellos Luis de la Barreda Moreno. El presidente Adolfo Ruíz Cortines fue quien, en 1952, decidió que la DFS dependería directamente de la Secretaría de Gobernación.

Si se mira hacia atrás, si se va a los archivos, si se consultan los trabajos realizados por historiadores, se encontrará que en este país la desaparición de personas es añeja. Hay registros de algunos casos en los años 40, pero es a finales de la década de los 60, apunta el historiador Camilo Vicente Ovalle, cuando el Estado mexicano comienza su “institucionalización” y se delinea su uso como una estrategia sistemática de contrainsurgencia.

Tan sólo en la década de los 70 ocurrieron, por lo menos, mil 200 desapariciones por motivos políticos, de acuerdo con lo documentado por la Asociación de Familiares de Detenidos Desaparecidos y Víctimas de Violaciones a los Derechos Humanos en México (AFADEM). De estos, la mitad son de Guerrero.

Una acción fallida

Los tres amigos que en la adolescencia cazaban güilotas en Chámacua de Michelena, volvieron a encontrarse. Se reunían para analizar la caída de Fulgencio Batista en Cuba; hablaban del Che Guevara y de la necesidad de una revolución en México; repartían propaganda política de la ACNR y leían El Estado y la revolución, de Lenin; El manifiesto del Partido Comunista, de Marx y Engels, y los lineamientos escritos por Genaro Vázquez para la fundación del ACNR.

Florentino, el que llevaba más tiempo como miembro de la guerrilla, seleccionaba los textos y guiaba la preparación política.

—Epifanio y Juan estaban en la organización casi por labor mía. Yo recibí las orientaciones y se las daba a ellos. Así fue su militancia.

La militancia de Epifanio y Juan fue breve e intensa. No tenían ni seis meses en la ACRN, cuando planearon su primera acción guerrillera: asaltar una camioneta del Banco Comercial Mexicano.

Cuando Braulia no estaba, los tres amigos entrenaban el tiro al blanco en el patio trasero de la casa de Cuajimalpa. Epifanio, quien aprendió de armas durante sus días de policía, fue designado el comandante militar de la acción.

Un par de meses antes de realizar la expropiación, se les unió un cuarto hombre. Florentino no recuerda cómo se llamaba.

Durante semanas estudiaron con detalle la ruta que seguía la camioneta bancaria. Acordaron la fecha: el sábado 19 de abril de 1969. Una noche antes, el cuarto hombre desertó. Su argumento, por lo menos el que recuerda Florentino, fue que no tenía el valor para participar en la acción. Los tres amigos decidieron seguir.

La memoria de Florentino, los recuerdos de Braulia y lo publicado en los periódicos de ese entonces permiten tener indicios sobre lo que sucedió la mañana de ese sábado de 1969.

Epifanio guardó en un cajón sus credenciales y el anillo de oro con sus iniciales grabadas. Entre sueños, Braulia escuchó que le dijo: “Voy a comprar el alimento para los animales”. Dejó la casa de Cuajimalpa cuando aún era de madrugada.

Los tres amigos abordaron el taxi Valiant coral, placas 5552; al taxista Roger Enríquez González le exigieron que se dirigiera a la carretera vieja a Cuernavaca; en el kilómetro 33, lo bajaron.

Florentino manejó el taxi. Poco después de las siete de la mañana llegaron a Xola, casi esquina con 5 de febrero. Estacionaron el auto y apagaron el motor. Se cubrieron los rostros con pasamontañas y esperaron. A las 8:40, observaron a la camioneta bancaria por la lateral de Xola. Juan se paró frente a la camioneta. Florentino amenazó al chofer y Epifanio, al copiloto. Lograron sacar de la bóveda los costales con dos millones 782 mil 300 de pesos de aquel entonces.

Algunos dirán que aquello que se llama suerte abandonó a los tres amigos. Otros, que la planeación no fue la correcta. Hay quien sospecha que el cuarto hombre los delató.

Al día siguiente, algunos periódicos publicaron esta versión: un vecino llamó al número de emergencia de la policía, se activó la alerta y en los aparatos de radiocomunicación de las patrullas de la zona se informó sobre la ubicación del robo. El mensaje llegó hasta el Galaxie azul del jefe de la policía preventiva, el general Renato Vega Amador, quien iba rumbo a su casa, después de practicar equitación en el Campo Militar Número Uno. El general pidió a su chofer, el teniente Mario Monroy Suárez, dirigirse a Xola y 5 de febrero.

Florentino recuerda la escena: después de tomar el dinero, corrieron al taxi; él intentó prenderlo, pero sólo escuchó el sonido ahogado del motor. Epifanio y Juan salieron del automóvil para empujarlo. El Galaxie azul del general Vega Amador frenó con violencia a unos cuantos metros. Se escucharon los primeros disparos. Florentino, Juan y Epifanio también dispararon. Llegaron más patrullas y policías. Se desplomaron dos cuerpos (el del policía José Saucedo Cadena y el del teniente Mario Monroy. Los dos fallecieron). La pistola de Juan se encasquilló y él cayó a unos metros del taxi. Epifanio corrió. Florentino recibió un golpe en la cabeza y ya no supo más.

La acción falló y, en tan sólo unas horas, agentes de la DFS llegaron a la casa de Cuajimalpa, donde vivían Florentino, Epifanio, Braulia y sus tres hijos.

Policías y hombres armados, vestidos de civil, golpearon la puerta de su casa. Buscaron en los clósets, en la azotea, en el tinaco de agua, en el gallinero, entre las vacas y la paja. Un teniente de apellido Larios interrogó a Braulia sobre Epifanio y Florentino.

—¿Qué hicieron? —preguntó Braulia.

—Asaltaron una camioneta bancaria.

Para entonces, la radio ya difundía la noticia sobre el frustrado asalto, durante el cual murieron tres personas, entre ellas Juan Antúnez Galarza y resultó herido el jefe de la Policía Preventiva del DF, el general Renato Vega Amador, quien también era miembro del Estado Mayor Presidencial y formaba parte del círculo de militares cercanos al entonces presidente Gustavo Díaz Ordaz.

Durante el sexenio de Díaz Ordaz (1964-1970), la DFS fue dirigida por Fernando Gutiérrez Barrios, quien se integró a la organización entre 1948 y 1949, después de graduarse en el Colegio Militar.

En ese mismo sexenio, el agente policiaco Miguel Nazar Haro fue comisionado por Gutiérrez Barrios para crear y dirigir, al interior de la DFS, un grupo especializado en movimientos guerrilleros.

En su libro Nazar, la historia secreta. El hombre detrás de la guerra sucia, el periodista Jorge Torres señala que el grupo que dirigía Nazar se especializó en recabar la información y en formar lo que llamaron un “ejército inconsciente” de información política.

Además de la DFS, el Estado mexicano creó otras instituciones dedicadas a la persecución y aniquilación de las organizaciones guerrilleras. En 1969, por ejemplo, se formó la Brigada de Fusileros Paracaidistas, tres batallones de infantería y el segundo batallón de policía militar que tuvo entre sus funciones la administración del centro clandestino de detención en el Campo Militar Número Uno.


 
 



Florentino: detenido y torturado

Cuando los ojos de Florentino volvieron a mirar, ya llevaba las manos atadas. Se encontraba en los sótanos de las oficinas de la policía capitalina, en la Plaza de Tlaxcoaque, muy cerca del zócalo de la ciudad. Ese lugar funcionó como otro de los centros clandestinos de detención y tortura durante la contrainsurgencia.

—Me tuvieron con muchas torturas, no me dejaban dormir; día y noche tenían una lámpara en la cabeza. Cada vez que los ojos se me cerraban, me echaban agua en la cara, me pateaban, pero yo no les decía nada. Ya sabía que Juan había muerto, no recuerdo si ellos me lo dijeron, pero ya lo sabía. ‘¿Quién es el otro?’, me preguntaban. Ellos ya tenían datos. Me dijeron: ‘No te hagas pendejo. Ya sabemos que es tu cuñado’.

Al día siguiente del asalto, Florentino fue presentado ante los periodistas, llevaba la cabeza vendada, la camisa ensangrentada y moretones en la cara.

El lunes 21 de abril de 1969, en la primera plana del Novedades se publicó su fotografía. En la nota se destacó que los tres asaltantes “han tenido nexos cercanos con el gatillero guerrerense Jenaro (sic) Vázquez Rojas”. El reportero publicó que muy cerca de las investigaciones están el general Ramón Jiménez Delgado, director de la Policía Judicial Federal y el capitán Fernando Gutiérrez Barrios, titular de la DFS.

A finales de abril de 1969, Florentino fue trasladado a la cárcel de Lecumberri, donde existía una sección exclusiva para presos políticos.

El 19 de noviembre de 1971, Genaro Vázquez Rojas y tres personas más secuestran al rector de la Universidad Autónoma de Guerrero y empresario Jaime Castrejón Díez. Para soltarlo, Genaro Vázquez exige, entre otras cosas, la liberación de nueve miembros del ACRN; el nombre de Florentino Jaimes encabeza la lista.

—Salgo el 28 de noviembre de 1971. A las cinco de la mañana estábamos saliendo de Lecumberri. Nos llevaba (Miguel) Nazar Haro. Ya casi amaneciendo abordamos el avión que nos llevó a La Habana.

En diciembre de 1970, Miguel Nazar Haro fue ascendido a subdirector de la DFS y ocupó ese cargo hasta 1978, cuando fue nombrado su director.

Florentino vivió en Cuba hasta el 28 de septiembre de 1980. Regresó a México, se reencontró con su familia, dio clases y militó en el Partido Socialista Unificado de México (PSUM). Siguió pensando en que él y Epifanio pudieron haber tenido el mismo destino.

—Mucho tiempo sufrí pensando en Epifanio. ¿Qué le estarían haciendo? ¿Qué estará pasando? Muchas veces lo soñé. Todavía lo sueño.

 



Epifanio: Detenido y desaparecido

El miércoles 23 de abril de 1969, Novedades y otros periódicos publicaron la fotografía de Epifanio con saco y corbata oscuros: “Agentes del Servicio Secreto buscan en el Distrito Federal y en algunos estados de la República, principalmente Guerrero, a Epifanio Avilés Rojas, quien ha sido señalado como ‘el tercer hombre’ que participó en el frustrado asalto a una camioneta del Banco Comercial Mexicano”.

—Epifanio llegó a buscarme a Las Cruces (municipio de Coyuca de Catalán, Guerrero). Me cuenta lo del asalto, me dice que él, Juan y mi hermano Florentino estaban en la guerrilla. Nosotros no sabíamos nada de eso —recuerda Celia Jaimes, hermana de Braulia— Llevamos a Epifanio al rancho El Cirián. A ese lugar sólo se llegaba con mular. Era muy difícil que ahí lo encontraran, para allá no entraba el ejército.

Epifanio no hizo caso a las recomendaciones de Celia y a los dos días regresó a Las Cruces. A Celia le confesó que no podía lidiar con la soledad.

Tomasa —mamá de Braulia y Celia, quien vivía en Chámacua de Michelena—le pidió a su sobrina Luisa Jaimes, Licha, que llevara comida a Epifanio.

Para llegar a Las Cruces, Licha tenía que ir en burro. La primera vez llegó sin contratiempos y Epifanio le platicó lo que pasó. La segunda vez, la zona ya estaba cercada.

—Ya me estaba dando miedo ir —recuerda Licha— porque cuando pasé por una ranchería, una señora me preguntó: ‘¿Para dónde camina? Váyase con mucho cuidado, anda el gobierno muy enojado. Anoche nos cayeron aquí a todas las casitas, nos anduvieron esculcando y preguntando’.

Los soldados llegaron a Las Cruces el lunes 19 de mayo de 1969. El pelotón, comandado por el mayor de infantería Antonio López Rivera, cercó la comunidad.

Celia se preparaba para moler el nixtamal. Bajo la enramada hecha con palma de ajonjolí, Epifanio platicaba con su hermano Miguel, que llegó a visitarlo. Equileo Maldonado alertó a Epifanio, le dijo que se escondiera en la troje.

López Rivera ordenó a los soldados revisar la casa. Al no encontrar a Epifanio, el mayor decidió llevarse a Miguel. El pelotón no tardó ni cinco minutos en regresar al rancho para revisar la troje.

A Miguel lo soltaron los soldados. Desde entonces, “se desterró de nosotros”, recuerda Celia. A ella nadie le quita de la cabeza la idea de que fue Miguel quien dijo dónde se escondía Epifanio.

La noticia de la aprehensión de Epifanio se esparció por los ranchos de la zona. Tomasa, la madre de Braulia, se enteró y, una vez más, volvió a pedir a Licha que fuera a buscarlo a Ciudad Altamirano.

—Me acuerdo como si hubiera sucedido ayer —dice Licha.

El 20 de mayo de 1969, cuando aún no amanecía, Licha salió de Chámacua rumbo al cuartel militar de Ciudad Altamirano. Llegó poco antes de que a Epifanio lo subieran a una avioneta. Recuerda que Epifanio iba esposado. Llevaba huaraches de cintas anchas.

Después de ese momento, la historia de Epifanio es como un álbum de fotografías incompleto.


 



Entrar al circulo de la desaparición

El jueves 22 de mayo de 1969, el periódico Novedades publicó una nota escrita por Alberto Serrano: “La verdad es que anoche, a las 22 horas, Epifanio Avilés había desaparecido. De Coyuca de Catalán confirmaron su salida por vía aérea a esta capital, custodiado por elementos militares. Y, en la sección segunda de la Secretaría de la Defensa Nacional se dijo, a la misma hora, que se trabajaba sobre el asunto; pero que nada en concreto había… En tanto que la Procuraduría General de la República, la Jefatura de Policía y la Dirección Federal de Seguridad esperaban que fuera puesto a su disposición el detenido”.

El 22 de mayo, el mayor Antonio López Rivera ofreció una conferencia de prensa en Chilpancingo. Ahí dijo lo siguiente: el lunes 19 de mayo recibió la orden de ir al poblado de Las Cruces, donde varios hombres armados escandalizaban. Cuando los militares llegaron fueron recibidos con disparos. El ejército respondió y uno de los gavilleros cayó sin vida. El resto huyó a la sierra. El cuerpo se encontraba en la comisaría y uno de los presentes lo reconoció como Epifanio Avilés.

Celia Jaimes todavía se indigna cuando recuerda lo publicado en los periódicos. “Mentiras eso de que hubo un enfrentamiento en Las Cruces. No hubo ningún disparo… Los soldados estaban como perros embravecidos... Tiempo después, el mayor López Rivera le dijo a mi suegro que él había entregado a Epifanio al general Miguel Bracamontes”.

En mayo de 1969, el general Miguel Bracamontes era el comandante de la 35ª Zona Militar, con sede en Chilpancingo.

El sábado 24 de mayo de 1969, el periodista José Reveles publica la nota titulada: “Ahora dicen que sí vive. Noticias contradictorias sobre la suerte corrida por Avilés Rojas”. El reportero pregunta a las autoridades federales y estatales sobre qué pasó con Epifanio y encuentra versiones encontradas: la procuraduría de justicia de Guerrero le informa que Epifanio fue detenido vivo y enviado a la Ciudad de México, pero los militares le dicen que murió cuando lo detuvieron las defensas rurales.

Reveles escribe: “Si ninguna autoridad miente, Avilés Rojas pasará a la historia como el único hombre que, al mismo tiempo que muere a balazos en un encuentro con el ejército, es capturado vivo y luego enviado a la capital”.

La desaparición de Epifanio es la primera en ser documentada.


 



La desaparición como política

Epifanio es el referente más antiguo que encontraron los grupos que empezaron a nombrar la desaparición forzada en México. Pero no fue el primero.

A Santiago García lo desaparecieron un año antes que a Epifanio. Él también era miembro de la ACNR; lo desaparecieron el 1 de mayo de 1968 en Río San Jerónimo, Guerrero. No hay más datos sobre él.

Epifanio fue el segundo desaparecido con militancia guerrillera, pero eso no se sabría hasta décadas después.

La escasa información sobre su desaparición se encuentra en una base de datos anexa al informe que realizó la llamada Fiscalía Especial para Movimientos Sociales y Políticos del Pasado (FEMOSPP), creada durante el sexenio de Vicente Fox y desaparecida al comienzo del gobierno de Felipe Calderón.

La FEMOSPP se creó en un contexto de la transición política y por presión de madres, esposas y otros familiares que desde los años 70 realizaron huelgas de hambre, hicieron marchas y le exigieron a cada presidente información sobre los desaparecidos.

En su informe, la fiscalía documentó la desaparición de 788 personas en 21 estados del país, entre 1968 y 1997.

Antes, las asociaciones de familiares ya habían realizado listas. El Comité Pro Defensa de Presos, Perseguidos, Desaparecidos y Exiliados Políticos de México (Comité Eureka), presidido por Rosario Ibarra —cuyo hijo Jesús Piedra Ibarra lo desaparecieron el 18 de abril de 1975, después de ser detenido en Monterrey, Nuevo León— contabilizó 557 nombres de personas desaparecidas entre 1969 y hasta antes del 2000. La lista de “Eureka” la inaugura Epifanio.

Rosario Ibarra y quienes se sumaron al Comité Eureka integraron, incluso, expedientes de la mayoría de esos casos. Hoy este archivo —formado por 4 mil 700 documentos— es digitalizado en el Centro Académico de la Memoria de Nuestra América, de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México. En este archivo es posible encontrar un documento firmado por Braulia Jaimes, en noviembre de 1978, en donde denuncia la desaparición de Epifanio.

El historiador Vicente Ovalle considera que el número de desaparecidos desde los años 60 hasta el 2000 es mucho mayor al que se piensa. Quizá no se equivoque, porque cuando se pregunta en los pueblos dispersos por la sierra de Atoyac, en Guerrero, no es difícil encontrar a familiares que esos años prefirieron ocultar su caso por miedo a que también a ellos los desaparecieran. Sus temores no eran infundados.

El Estado mexicano no sólo implementó la desaparición forzada en contra de los disidentes políticos, también lo hizo en contra de sus familias y de sus amigos. Incluso, en algunas rancherías de Guerrero —donde surgieron algunas organizaciones guerrilleras— decenas de familias se quedaron sin hombres, porque los desaparecieron.

De acuerdo con las listas existentes es a partir de 1971 cuando se incrementan los números de personas desaparecidas.

Vicente Ovalle señala que el caso de Epifanio, así como el de otros desaparecidos de finales de los 60, “son un indicio de que la desaparición aún no estaba totalmente institucionalizada, como ya lo estuvo a partir de 1971 y, sobre todo, entre 1973 y 1974”, cuando se da el mayor número de desapariciones de aquella época.

Lo que también muestran las listas realizadas por los colectivos de familiares es que, desde finales de los 60, México no ha dejado de tener un solo año sin registrar nuevos casos.


 



El camino de la denuncia

Braulia se enteró de la aprehensión de Epifanio por un telegrama.

Para entonces su casa ya era vigilada por hombres vestidos de civil, que también la seguían a dónde iba. A las pocas semanas del asalto, el hombre que le rentaba la casa en Cuajimalpa le dijo que buscara otro lugar para vivir. Cuando sus vecinos escucharon en las noticias el nombre de Epifanio no volvieron a saludarla.

Braulia creía que a Epifanio lo llevarían a Lecumberri, como sucedió con Florentino. Pasaron los días y nada. Cuando sus hijos preguntaban por Epifanio, Braulia contestaba que se había ido a Guerrero, que regresaría pronto. Meses después, les dijo la verdad: “lo agarró el ejército y los soldados no lo entregan”.

Braulia buscó a su esposo en la Jefatura de la Policía, en la Procuraduría. Logró hablar con el subprocurador David Franco Rodríguez, quien sólo le dijo que no había expediente de su marido.

También fue a hablar con el general Renato Vega Amador. “Cuando fui, me metieron por un sótano y por un túnel que daba a su oficina. Cuando hablé con él, un hombre se puso detrás de mí y otro al lado, con un rifle”.

—¿A qué viene? —le preguntó Vega Amador.

—A saber de Epifanio.

—A su marido ya lo mataron. Y eso fue en Guerrero.

—No. Ya salió en el periódico que ustedes lo tienen.

Renato Vega se sentó, la miró fijamente y le dijo:

—Mire, yo no sé nada. Yo creo que lo mataron allá donde lo agarraron.

“Me siento impotente al no saber qué fue de él. Hasta ahora estoy con la duda. A veces yo quisiera seguir investigando. Yo digo, ojalá y lo hubieran agarrado armado... Pero él creyó que entregándose le iban a hacer justicia, que lo iban a juzgar, pero lo desaparecieron. Él tenía derecho a que lo juzgaran, que declarara. Y no lo hicieron”.

Renato Vega Amador no volvió a recibir a Braulia. El general fue ratificado en su grado militar, siguió siendo parte del círculo cercano al presidente de la República y su hijo Renato Vega Alvarado fue gobernador de Sinaloa de 1993 a 1998.

El 20 de noviembre de 1970, el mayor de infantería Antonio López Rivera —quien detuvo a Epifanio en Guerrero— fue ascendido a teniente coronel de infantería, por acuerdo del presidente Gustavo Díaz Ordaz.

El historiador Vicente Ovalle recuerda que varios de los que implementaron la desaparición de personas como una táctica de contrainsurgencia, después se vincularon con las organizaciones del narcotráfico. Entre los casos más sonados está el de Miguel Nazar Haro.

Braulia dejó la casa de Contreras y se fue a vivir a Iztapalapa. Vendió gelatinas para mantener a sus hijos. Con orgullo cuenta que los tres se titularon: Nereida es doctora, Blanca estudió Turismo y Jaime, Relaciones Internacionales.


 



En 2001, en su Informe Especial sobre Desapariciones Forzadas en la década de los setenta y principios de los 80, la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH) abordó el caso de Epifanio Áviles Rojas.

La investigación realizada por la CNDH sólo consistió en enviar oficios a “diversas autoridades federales y locales, entre ellas a la Procuraduría General de Justicia Militar”, para “establecer la intervención de alguna autoridad o servidor público en los acontecimientos que dieron origen al expediente de queja”.

Nadie de la CNDH buscó a Braulia, tampoco a Florentino, mucho menos a Celia o a Licha. Su conclusión fue: Epifanio no es una víctima de desaparición forzada.

En su informe la CNDH abordó 532 casos de personas desaparecidas durante la década de los 70 y principios de los 80; de ellos sólo en 275 casos encontró elementos para asegurar que las personas “fueron víctimas de detención, interrogatorios y eventual desaparición forzada por parte de servidores públicos de distintas dependencias públicas del país”; en 160 casos “la desaparición forzada no se logró acreditar” y en 90 “sólo existen algunos indicios que por sí mismos resultan insuficientes, jurídicamente hablando, para concluir la existencia de desaparición forzada”.

La maquinaria de desaparición de personas en México nunca se detuvo.

Si bien entre los 80 y hasta el 2000 las víctimas bajaron considerablemente, a partir de 2006 la desaparición de personas se extendió como una epidemia. Sólo en el sexenio de Felipe Calderón (2006-2012), cuando se lanzó lo que el gobierno llamó “la guerra contra el narco”, se contabilizaron más de 26 mil personas desaparecidas.

La lista se nutre a diario. Hoy suman más de 40 mil 180.

Las actuales desapariciones “no pueden considerarse como una simple continuidad de las ocurridas en los 70”, señaló Pilar Calveiro, doctora en ciencia política y sobreviviente de la desaparición forzada en Argentina, quien compartió sus reflexiones sobre este tema en 2015, en la UNAM. Sólo es posible que se convierta en un fenómeno generalizado, dijo, “si se cuenta con el amparo del Estado y de fracciones del mismo. Y mucho más cuando esta práctica, además de ser sostenida, permanece impune”.

“La desaparición forzada no es un fenómeno que se mantenga igual así mismo en todo momento, pues se transforma y se perfecciona, y sus significaciones están vinculadas a las lógicas de la violencia hegemónica”, escribe en su tesis para doctor en historia, “Estado y represión en México. Una historia de la desaparición forzada, 1950-1980”, Vicente Ovalle.

La impunidad es una de las claves para entender por qué —aunque con distintos métodos, perpetradores y formas— esta práctica sigue imparable. En su conferencia del 8 de septiembre de 2015, Calveiro señaló que “ha prevalecido una terrible impunidad en relación con estos crímenes que se niegan, en un intento en vano por desconocer su existencia y desaparecer también a la desaparición”.

Contra el olvido y el silencio

En la casa de Braulia hay fotografías de Epifanio colgadas en la pared. En ellas se le mira con su delgado bigote, frente amplia, su cabello negro, abundante y muy bien peinado.

Fotografías de Epifanio también se encuentran en el expediente 35-18-69 de los archivos de la Dirección Federal de Seguridad (DFS) en donde se identifica a Epifanio como “Miembro de la Asociación Cívica Nacional Revolucionaria (Grupo Subversivo Armado)” y en unas tarjetas se menciona su participación en el asalto de la camioneta bancaria. En otra tarjeta se resalta que “existe orden de aprehensión girada en su contra por el Juez Cuarto Penal de esta ciudad de México”.

En esos archivos se encuentran las fotografías de muchos de los desaparecidos de los años setenta que fueron detenidos y llevados al centro clandestino de detención del Cuartel Militar Número Uno. Ahí fueron torturados, de acuerdo con testimonios de sobrevivientes.

Si Epifanio Avilés Rojas fue llevado al Cuartel Militar Número Uno sólo lo saben quienes lo desaparecieron.

La fotografía de Epifanio también está presente en cada una de las acciones que realizan los miembros de Hijos por la Identidad y la Justicia contra el Olvido y el Silencio (H.I.J.O.S), organización que, siguiendo el ejemplo de Argentina, se integra por hijos de desaparecidos y detenidos políticos. En México se fundó el 26 de febrero del 2000.

Con la fotografía de Epifanio y de muchos otros desaparecidos han realizado postales con la frase: “Los desaparecidos nos faltan a todos”.

El 2 de septiembre del 2007, en la colonia Adolfo López Mateos, muy cerca del metro Pantitlán, en la Ciudad de México, estos hijos e hijas renombraron la calle Gustavo Díaz Ordaz como Epifanio Avilés Rojas. Las madres, esposas, hermanos, hijos y nietos de desaparecidos de esos años no han dejado de exigir justicia y denunciar la impunidad.

“Érase un país que lleva 50 años de práctica ininterrumpida de un crimen de lesa humanidad llamado desaparición forzada. Érase una sociedad que se fue acostumbrando al olvido”, escribió en su muro de Facebook Guadalupe Pérez Rodríguez, integrante de la asociación de H.I.J.O.S, en la víspera del aniversario de la desaparición de Epifanio.

En casa de Braulia, el nombre de Epifanio se sigue escuchando con fuerza. Ella se encarga de nombrarlo y platicarle a sus nietos adolescentes sobre el hombre que ellos sólo conocen en fotografías: “Su abuelo —les dice— no realizó un asalto común y corriente; lo hizo por una causa política. Así que deben sentirse orgullosos de él”.

Braulia no tiene ningún expediente sobre la desaparición de su esposo, aunque sí existe uno. En 2007 se abrió la averiguación previa SIEDF/CGI/041/2007, por la “privación ilegal de la libertad y lo que resulte” de Epifanio Avilés Rojas, en la Subprocuraduría de Investigación Especializada en Delitos Federales de la entonces Procuraduría General de la República (PGR).




Quien presentó la denuncia fue el Comité Eureka, presidido por Rosario Ibarra. Los inculpados son elementos del Ejército, al mando del general Miguel Bracamontes.

Fue hasta mayo de 2014, cuando agentes de la PGR llegaron a la casa de Braulia para entregarle un citatorio a ella y a sus hijos para que declararan sobre la desaparición de Epifanio; a los hijos, además, les querían tomar muestras de su ADN.

—Preguntamos si ya tenían con qué comparar las muestras de ADN. Nos dijeron que sólo eran para el banco de muestras. Dijimos que no, que sólo nos daríamos muestras de nuestro ADN hasta que supiéramos con qué las iban a comparar —cuenta Jaime Avilés, hijo de Epifanio.

Cuando los agentes de la PGR visitaron a Braulia y a sus hijos les enseñaron un retrato hablado, que forma parte del expediente y pretende mostrar cómo luciría Epifanio hoy en día. Para Braulia, ese dibujo no reflejaba en forma adecuada la mirada de Epifanio. Ella no quiere retratos hablados, quiere saber qué pasó con su esposo.

Braulia quiere conocer la historia que le han negado durante 50 años.

*Este reportaje forma parte del proyecto A dónde van los desaparecidos / Quinto Elemento Lab.

 

Por: Thelma Gómez Durán


 

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