Tuvieron que pasar 19 años, decenas de agentes del Ministerio Público, cientos de diligencias, cuatro administraciones federales y la reclasificación del tipo penal de la causa —por desaparición forzada, a inicios de 2021—, para que finalmente uno de los posibles perpetradores saliera de las sombras.
El exagente con el que se entrevistó recientemente, cuenta Alicia (hija) en una versión previa de la carta publicada el 22 de septiembre, insistió en un primer momento —durante la comparecencia que quedó registrada— que poco o nada sabía de los horrores cometidos durante la “guerra sucia”, que su trabajo se limitaba a dar seguimiento a manifestaciones campesinas en el norte del país o a evitar motines contra el alza del precio de las tortillas, negando “de forma reiterada” las funciones ampliamente documentadas que llevó a cabo su corporación.
“Continúa pensándose patriota, ilocalizable, impune”, dice Alicia, quien aún en estas negativas identifica los rastros de los pactos de silencio y protección que han impedido que se esclarezca lo ocurrido. “A mis abogados y a mí nos llamó la atención que cuando mencionamos a los directores de la DFS —como Barrera, Nassar Haro y García Paniagua—, el testigo antepuso en todo momento el tratamiento diferencial de Don Luis, Don Miguel y Don Javier”.
A diferencia de otras averiguaciones previas en las que los presuntos responsables ofrecieron su testimonio —como las que se abrieron por la matanza del 2 de octubre de 1968 y el 10 de junio de 1971, El Halconazo—, explica, la de su madre es la primera —de la "guerra sucia"— que consigue que se sienten frente a frente víctimas y victimarios. “Si llamaron a los perpetradores en esos casos, no estuvieron ni los representantes jurídicos ni los denunciantes, no como ahorita; en las comparecencias puedo estar yo y el Centro Prodh”, dice.
En esta averiguación previa, que da cuenta de unas 200 diligencias y del paso de nueve agentes del Ministerio Público, figuran documentos que identifican a integrantes de la Dirección Federal de Seguridad y de las Fuerzas Armadas, quienes podrían estar relacionados con su detención y posterior desaparición.
En ella se integraron oficios que confirman, por ejemplo, que el presidente Gustavo Díaz Ordaz mandó a crear una cárcel al interior del Campo Militar No. 1, que la DFS realizaba un seguimiento puntual de las actividades de la Liga Comunista 23 de Septiembre, que la Brigada Especial realizó diversas detenciones e interrogatorios a combatientes —no se menciona, pero se sabe que se realizaban bajo tortura física, sexual y psicológica—, que su madre fue detenida —en un informe que está firmado por Javier García Paniagua, entonces director de la DFS—, o que consignan las solicitudes hechas a diversas dependencias y gobiernos extranjeros para saber si tienen algún registro relevante.
A inicios de este año, con motivo del aniversario de la desaparición de Alicia (madre), su hija publicó
una carta dirigida a los perpetradores. No sólo a los altos mandos que ordenaron desde sus oficinas la detención y desaparición forzada de miles de personas durante el periodo de contrainsurgencia, o a quienes participaron directamente en actos que hoy día se consideran de lesa humanidad; también a aquellos testigos que observaron, callaron y no se opusieron a lo que claramente era una respuesta desproporcionada en contra de hombres y mujeres que, asfixiados por el régimen, no tuvieron más remedio que radicalizarse.
“Sus padres, abuelos, tíos, esposos o vecinos también fueron colocados en las sombras de la historia por sus propios mandos superiores policiacos y militares. Algunos de ellos fueron borrados, pero no por completo, ni para siempre”.
Apelando a su buena voluntad, Alicia hizo igualmente un llamado a familiares, vecinos y compañeros de los agentes que formaban parte del circuito de la desaparición forzada; personas que en alguna ocasión notaron la sangre ajena que manchaba las ropas, zapatos o cabellos de sus conocidos, o ciertos comportamientos propios de la contrainsurgencia en los mismos (patrullajes en automóviles no oficiales, ingresos cotidianos a los cuarteles militares, viajes en aviones de la DFS o armas que nunca se despegaban de sus cuerpos).
“Dense y denos la oportunidad de quitarnos las sombras de encima”, les escribió pidiéndoles que le compartieran cualquier información, por anecdótica que fuera.